viernes, 5 de abril de 2013

A lo Charlie Lankester



No hay nada como hablar de música con quien ama la música. No hay nada como hablar de cine con quien sabe de cine. No hay nada como follar con quien no para de reír. No hay nada como beber con quien disfruta contando historias. No hay nada como vivir junto a alguien que sabe vivir.

Escribimos para vivir, leemos para vivir y soñamos para vivir. Para sentir, para sentirnos vivos. Porque al final, la vida no es más que eso. Respirar, comer, reír, follar, amar, llorar, sentir… Vivir es vivir.

Hace no mucho tiempo encontré un pequeño santuario. Porque vivir es no parar de buscar. Uno de esos escasos paraísos terrenales donde aún puedes escuchar al mejor Taj Mahal, clásicos de Purple o Tom Waits mientras bebes una fría Alhambra. Donde te enamoras fugazmente de la chica morena de la sonrisa mientras se contonea a ritmo de Brown Sugar. Donde el aforo no es limitado, es limitadísimo. Donde se discute de discos, de canciones, de vinilos y donde no se le permite la entrada al terrible mp3.

Una pequeña reunión de melómanos-alcohólico-anónimos. Una gran terapia de grupo para aquellos alejados del ruido de las radio-fórmulas actuales. Un refugio, un sueño, un cálido y oscuro tugurio donde compartir corazones. Donde abrir los oídos, donde los besos saben a carmín, tequila y tabaco. Porque qué sería la vida sin eso.

El último rincón del rockanrol, la última escuela de la música de la calle. Con un repatriado de Ibiza, loco por vete tú a saber qué pasado, como dueño y erudito del cannabis y del rock psicodélico. Con parroquianos que cuentan batallitas pasadas en grandes festivales escuchando a Warren Zevon y chicas que piden el Rockin’ in the Free World del tío Neil sin preocuparse de que nos volvamos locos por su culpa. Porque vivir te vuelve loco.

Resumiendo, una maldita bendición.

En una de esas noches salió un nombre que desconocía por completo, Charlie Lankester. Lo reconozco, no tenía ni idea de quien era. Resultó ser un músico de directo que acompañó en varias giras como pianista a muchos de los grandes: AC/DC, Status Quo, Billy Joel, BB King… una eminencia. Como siempre apunté su nombre, acabé la cerveza y me fui a casa. 

Porque vivir es aprender. Charlie Lankester acababa de publicar su primer disco en solitario después de una vida entera dedicada a la música. Unos meses antes de grabarlo le diagnosticaron un carcinoma hepatocelular, un cáncer incurable. La respuesta a su oncólogo, después de reír, fue algo así como “No amigo, eso no pasará. Tengo un álbum que lanzar”.

Como vivir es cumplir sueños, el bueno de Charlie editó su LP debut. Un discazo que suena a música hecha por placer. Como suena la buena música, como sabe la música de verdad. Piano de cantina y contrabajo que te pateo el culo. Baterías de las que ni sobra ni falta nada y guitarras crudas y cálidas de las que nos gustan por aquí.

Supongo que pronto nos dejará el amigo Lankester, porque a veces la vida es muy perra. Pero estoy seguro de que se irá sin la espinita de haber tirado la toalla. Porque en la vida casi nunca hay que tirar la toalla. Y digo casi, porque a veces hay que saber parar. Porque, por poner un ejemplo, la única forma de salir vivo de una guerra con una mujer, es tirando la toalla. Porque soldado vivo, sirve para otra guerra. Por mucho que pueda doler.

Para todo lo demás, que sea a lo Charlie Lankester. Que no tiremos la toalla, que cumplamos sueños, que aprendamos, que sonriamos. Que follemos, lloremos y vivamos. Que amemos si podemos y que rockanroleemos hasta si no podemos. Que bebamos si duele y que sigamos hablando siempre que podamos. Que vivamos...

De momento un copazo por aquí, a lo Charlie Lankester.